jueves, 21 de marzo de 2013

7 de noviembre de 1936: La defensa de Madrid.

Texto para un recorrido por la Dehesa de la Villa (Madrid).
Daniel Morcillo Álvarez, arquitecto
Antonio Ortiz Mateos, historiador

La derrota de la revolución de octubre, especialmente sangrienta en los casos de Asturias y Cataluña, dejaron una profunda huella en las políticas de izquier­da, extendiéndose la idea de que la recuperación del poder era inviable si no se llegaba a un acuerdo electoral entre el republicanismo de izquierda y el so­cialismo, cuya ausencia había sido la causa de la derrota electoral de 1933. En la primavera de 1935, los requerimientos de los republicanos para la creación de una coalición electoral, encontraron una respuesta favorable en el sector del socialismo que lideraba Prieto. Finalmente, como señala Julio Aróstegui, ante la creciente influencia de la CEDA, con las cárceles llenas de detenidos por la represión y miles de cargos municipales y empleados públicos expulsa­dos de sus funciones, las reticencias de la izquierda socialista acabaron ce­diendo. En este panorama, irrumpiría el Partido Comunista con su estrategia de Frente Popular antifascista, ya ensayada en Francia como producto de la nueva posición de la Internacional en su VII Congreso.

A finales de diciembre de 1935, ante la disolución del Parlamento y la convo­catoria de elecciones, las fuerzas que habrían de cerrar el pacto se decidieron definitivamente por él. Los dos grandes partidos republicanos, Izquierda Repu­blicana y Unión Republicana estarían representados por sus líderes, Azaña y Martínez Barrio. El PSOE y la UGT serían el otro polo, representando sus ne­gociadores al PCE, el POUM, el Partido Sindicalista y a las Juventudes Socia­listas. Los anarquistas quedaron excluidos pero no mostrarían una oposición frontal a la coalición.

El pacto electoral de las izquierdas quedó reflejado en el Manifiesto publicado el 15 de enero de 1936. Se estructuraba en ocho grandes bloques, siendo sus puntos fundamentales la continuación de la reforma agraria, la amnistía para todos los delitos políticos y sociales, la insistencia en las reformas ya ensaya­das cuatros años antes en la enseñanza, la reforma fiscal, y las nuevas leyes de arrendamientos. “En el camino quedaron nacionalizaciones –de la tierra y de la banca-, desmilitarización de las fuerzas del orden público, control obrero en la industria, etc., y cualquier tipo de socialización”. (ARÓSTEGUI, J. 2006, 120).

El 16 de febrero de 1936, el Frente Popular obtenía en las elecciones el 34% de los votos, la derecha el 33% y el centro un 5%. Pese a la escasa diferencia en votos, la asignación de escaños en función de la ley electoral resultó clara­mente favorable a las fuerzas de izquierda, obteniendo 278 diputados, 124 la derecha y 51 el centro.

Nada más conocerse los resultados comenzarían las maniobras conspirativas para derribar el gobierno de la República, apareciendo siempre los nombres de algunos destacados personajes: Gil Robles, Calvo Sotelo, Primo de Rivera, junto a los de militares como Franco, Goded, Fanjul... 

“Las dudas que en febrero de 1936 pudiesen haber mostrado determina­dos altos mandos militares, los accidentalistas políticos de la CEDA, los monárquicos o los fascistas, serían pronto definitivamente superadas para apelar resueltamente a la vía insurreccional centrada en el Ejército que figuraría como eje de todo este gran movimiento” (ARÓSTEGUI, J., 2006, 129).  

El gobierno de la República conoce la noticia del alzamiento en la misma tarde del 17 de julio, cuando a las cinco de la tarde Casares Quiroga fue informado mientras presidía el Consejo de Ministros. Casares intenta calmar los ánimos haciendo saber que el movimiento se circunscribía al protectorado y que nadie de la península se había sumado a él. Al día siguiente presentó su dimisión. Entonces Azaña pidió a Martínez Barrios que formase un gabinete de coalición capaz de negociar con los sublevados: tras hablar con Mola llegará a la con­clusión que ya no era tiempo de pactos. El día 19, Martínez Barrios, contrario a la entrega de armas, tal y como reclamaban las organizaciones obreras, aban­dona los intentos de formar gobierno, encargando Azaña a José Giral su for­mación, con una diferencia notable: la entrega de armas a los sindicatos y a los partidos democráticos y obreros.

Cuando apenas esa orden está siendo cumplimentada, el general Fanjul, que dirige la sublevación en Madrid, se instala en el cuartel de la Montaña, que ya está en rebeldía, como los cuarteles de Carabanchel, Getafe y el Pardo. La Guardia de Asalto y la Guardia Civil continúan fieles al Gobierno.

Paralelamente, desde el Ministerio de la Guerra, algunos miembro de la U.M.R.A. (Unión Militar Republicana Antifascista), con el teniente coronel Hernández Saravia a la cabeza, organizan cinco batallones de voluntarios al man­do de los tenientes coroneles Mangada, Marina y Lacalle y los comandantes Sánchez Aparicio y Fernández Navarro. El 5º Batallón tenía como zona de re­clutamiento la barriada de Cuatro Caminos, tomando como base las MAOC (Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas), dirigidas por Juan Modesto. Tras participar en la toma del Cuartel de la Montaña, el día 21, al volver a Cua­tro Caminos ocupan el convento de los Salesianos de la calle de Francos Ro­dríguez, el cual se encontraba abandonado, estableciendo allí el cuartel del Batallón. Pronto se convertiría en uno de los principales centros de alistamien­to e instrucción: el 5º Regimiento de Milicias Populares. La instrucción de los milicianos se llevaba a cabo en el patio del convento, a cargo del capitán Bel­trán y el militar portugués Oliveira, exiliado en España, trasladándose poco tiempo después a la Dehesa de la Villa ante la necesidad de un espacio mayor (BLANCO, J. A., 1993, 36-37).

Tras aplastar a los rebeldes en Madrid, se organizaron varias columnas de milicianos que se dirigieron a la Sierra para combatir a las tropas de Mola que por el Norte trataban de cruzar la sierra de Guadarrama.

Uno de aquellos voluntarios fue Manuel González Bastante, estudiante en el Colegio de Huérfanos Ferroviarios. Afiliado a las Juventudes Socialistas, al estallar la guerra se incorporó a las Milicias Ferroviarias, dirigidas por Narciso Julián. Cuando no estaban de servicio iban a tomar café al Negresco y el ver­mouth al Acuarium, o al cine, regresando a la unidad cuando tenían asignada alguna tarea. Más tarde pasaría a formar parte del Batallón de Choque Ferro­viario, operando en una serie de pueblos de la sierra hasta el 6 de noviembre, fecha en la que su unidad regresó a Madrid.

También tomaría parte como voluntario Domingo Malagón, junto a un numero­so grupo de alumnos de La Paloma. Algunos compañeros se alistaron con los anarquistas en el Cine Europa de Bravo Murillo, si bien la mayoría decidió in­corporarse al 5º Regimiento, donde se estaban formando las Compañías de Acero. “Todas las mañanas nos juntábamos un buen puñado de voluntarios para hacer la instrucción”. Un día de septiembre entraban en formación en el 5º Regimiento, avanzando por Francos Rodríguez con los monos azules de los talleres de La Paloma. La gente aplaudía a su paso. “¡Son los chicos de La Paloma!”. Algunos no tenían más de 15 años pero todos querían aparentar más de 17, la edad mínima exigida para ser admitido. “El patio de los Salesianos hervía de actividad: gente hacien­do instrucción, voluntarios preparando su inmi­nente salida, nervios, voces que se amontona­ban unas sobre otras hasta convertirse en un estruendoso rumor, y nosotros allí en medio, con las mantas enrolladas al estilo milicia­no” (ASENJO, M y RAMOS, V., 1999, 45-49). Poco tiempo después les adjudicaron un antifas­cista italiano con grado de capitán, Muriconi Pro­li, enviándoles a combatir a la sierra, en la zona de Peguerinos: la 8ª Compañía de Acero. El 4 de noviembre, ante el peligro que se cernía sobre Madrid, “los palomos” fueron desplazados desde la sierra a las inmediaciones de la capital, en Aravaca.


A finales de agosto del 36, el ejército rebelde del norte renunciaba, ante la re­sistencia encontrada, a proseguir su ataque, quedando la línea de defensa casi definitivamente estabilizada en la divisoria del Guadarrama, con pequeñas variantes hacia el norte o el sur, que apenas se movieron durante el resto de la guerra. Mola perdió con ello su gran aspiración de entrar en Madrid –su primer anuncio fue que lo haría el 25 de julio- lo cual dejó en un lugar destacado al general Franco.

El 1 de agosto Franco ordenó desde Marruecos la puesta en marcha hacia Madrid del ejército expedicionario, partiendo desde Sevilla las columnas de Tella, Asensio y Castejón, cuyo mando superior asumiría finalmente Yagüe. El 11 de agosto entraron en Mérida y dos días más tarde pusieron cerco a Bada­joz, encontrando una tenaz resistencia de los milicianos. La represión fue terrible. A este respecto, Tuñón de Lara recoge la respuesta dada por Yagüe a la pregunta de un periodista, Whitaker: “¿Qué creía usted? ¿Que iba a llevar 4000 prisioneros rojos en mi columna, teniendo que avanzar contra el reloj? ¿O que iba a dejarlos en la retaguardia para que Badajoz fuera rojo otra vez?”. (TUÑÓN DE LARA, Manuel, 1999, 597).


Rota la resistencia de Badajoz, la ofensiva de Yagüe apuntaba hacia Madrid, ocupando antes el valle del Tajo: el 3 de septiembre caía Talavera de la Reina, sin que las milicias formadas en Madrid pudieran hacer nada por impedirlo. Tal hecho provocaría la caída del gobierno Giral y la formación de un nuevo gabi­nete, presidido por Largo Caballero, con representación de los partidos del Frente Popular: seis socialistas, dos comunistas –Vicente Uribe, Agricultura, y Jesús Hernández, Instrucción Pública-, dos de Izquierda Republicana, uno de Unión Republicana, uno de Esquerra y un nacionalista vasco. Con los anarco­sindicalistas empezó una laboriosa negociación, que terminaría con la entrada de cuatro de ellos a comienzos de noviembre.

El nuevo Gobierno tenía como principales objetivos, según señala Tuñón de Lara, reconstruir las formas jurídico-legales del Estado, controlar todos los aparatos existentes y dispersos, suprimiendo el cantonalismo de los primeros momentos y, sobre todo, militarizar las milicias y transformarlas en ejército con un mando único, y controlar los órganos de Seguridad. En ocho meses alcan­zó esos objetivos –menos el último-, “pero tuvo que hacer frente a otros mu­chos problemas: el primero y principal era salvar a Madrid del peligro inminen­te que corría de caer en poder de las tropas de Franco” (TUÑÓN DE LARA, Manuel, 1999, 599).

Dado el carácter que había tomado la guerra, cada día se hacía más urgente ir a la organización de un ejército de tipo regular, formado sobre la base de las milicias. En ese orden ocurrieron dos hechos de singular importancia: el prime­ro fue la militarización “oficial” de las milicias voluntarias y la formación de las seis primeras brigadas regulares, con las que nacía, en el frente de Madrid, el ejército popular de la República. El segundo, la creación del Comisariado de Guerra.

Antes de comenzar el asalto a Madrid, Franco se planteó liberar a los sitiados del Alcázar, para lo que hizo avanzar las tropas coloniales, a las órdenes de Yagüe, sobre Toledo. El 19 de octubre Franco dictaba la orden de operaciones que dio comienzo a la batalla de Madrid. A partir de ese momento la guerra de movimiento se convertirá en guerra de posiciones.

Coincidiendo con el avance de las tropas franquistas sobre Madrid comenza­ron los bombardeos, actuando con especial dureza sobre las barriadas de Cuatro Caminos y Tetuán. Del 23 al 30 de octubre aumentó el ritmo de los bombardeos por parte de los Junker 52 alemanes. La llegada de los aviones soviéticos Polikarpov I-15 e I-16, conocidos popularmente como “Chatos y “Moscas”, contrarrestó el dominio aéreo de los rebeldes, inclinando la balanza, al menos momentáneamente, hacia el lado republicano. En cuanto sonaban las alarmas advirtiendo de la llegada de los temibles Junkers, a los que los madrileños bautizaron con el nombre de pavas, la gente salía corriendo de sus casas o abandonaba las calles refugiándose en la boca del Metro más cerca­na, convertido en improvisado refugio.

  

Dada la situación, el 30 de octubre se inicia la evacuación de niños, mujeres y ancianos madrileños hacia Levante. El 19 de noviembre, el periódico Claridad daba cuenta del anuncio hecho público por la Alcaldía, por el que comunicaba “que los ancianos del Colegio de La Paloma, según informaciones transmitidas por el director del Colegio, señor Charentón, han llegado bien a Cataluña y se hallan perfectamente instalados en Villafranca de Panadés”. Asimismo informó que Charentón se había trasladado de Villafranca a Barcelona “para ver el me­dio de que los chicos mayores de La Paloma se les emplee en trabajos útiles y no permanezcan ociosos”. La generosidad y cariño que mostraron con ellos motivó que el de Madrid, en sesión celebrada el 5 de febrero de 1937, acorda­ra expresar su gratitud al de Barcelona. Como se encargó de señalar el alcalde accidental madrileño, don Cayetano Redondo Aceña, al inicio de la sesión:

“…aquel Ayuntamiento les atiende como a hijos predilectos, los provee de ropa nueva y procura que asistan a festivales, excursiones, concier­tos, etc. Nos han remitido los “menús” de las comidas que se les sirven y las impresiones que los propios niños redactan de los actos a los cua­les son invitados. Junto a la escuela funciona un taller de aprendizaje, donde los niños dan expansión a todas sus actividades e inquietudes.”
El 4 de noviembre, dado el peligro que se cernía sobre Madrid, Largo Caballe­ro daba entrada en el Gobierno a cuatro representantes de la CNT, quedando constituido por: Francisco Largo Caballero (PSOEI, Presidencia y Guerra; Julio Álvarez del Vayo (PSOE), Estado; Indalecio Prieto (OSIE), Marina y Aire; Juan Negrín (PSOE), Hacienda; Juan García Oliver (CNT), Justicia; Jesús Hernández (PCE), Instrucción Pública; Ángel Galarza (PSOE), Gobernación; Vicente Uribe (PCE), Agricultura; Anastasio de Gracia (PSOE), Trabajo; Julio Just (IR), Obras Públicas; Bernardo Giner de los Ríos (UR), Comunicaciones; Juan Peiró (CNT), Industria; Juan López Sánchez (CNT), Comercio; Federica Montseny (CNT), Sanidad; Carlos Esplá (IR), Propaganda y José Giral (IR), Manuel Itujo (PNV) y Jaime Ayguadé (ER), Ministros sin cartera.
Bautizado por la propaganda oficial como el “gobierno de la victoria”, el ejecuti­vo respondía al afán de dar cabida a todas las fuerzas políticas y sindicales del bando republicano y de conseguir así una representatividad que se considera­ba muy necesaria en aquellas circunstancias. En el consejo de ministros cele­brado al día siguiente, Largo Caballero planteó la necesidad de abandonar la capital. Los ministros anarquistas y comunistas se opusieron inicialmente, con­venciéndoles Largo Caballero del grave riesgo que corrían todos ellos de caer en poder del enemigo, cuya entrada en Madrid, dentro y fuera de España, se daba por descontada. Solidaridad Obrera, órgano de la CNT, se ajustó al argu­mento inicial: desde Valencia, el Gobierno podría dirigir la lucha con mayor libertad.
Cuando el 6 de noviembre acamparon frente a la ciudad las tropas rebeldes -formadas por las unidades de choque mercenarias de la Legión y los Regulares marroquíes-, apoyadas por la aviación italiana y las primeras unidades alemanas de la Legión Cóndor, nadie apostaba porque la resistencia funcionara. Aquel mismo día el gobierno abandonaba Madrid y se instalaba en Valencia, dejando al general Miaja la defensa y el encargo de formar una junta con delegados de partidos y sindicatos. La marcha fue tan acelerada que se colocaron en sobres equivocados las instrucciones dirigidas a los generales Pozas y Miaja, que quedaban a cargo de la situación. “Se produce entonces un doble hecho, la reacción popular de defensa y la reacción militar de organi­zación” (TUÑÓN DE LARA, M. 1999, 601).[1]
Sin pensarlo más tiempo, Miaja nombró jefe de su Estado Mayor al teniente coronel Vicente Rojo, que pasó la noche en blanco, intentando averi­guar con cuántas fuerzas contaban, dónde estaban situadas y dónde debían situarse (ROJO, V., 2006, 22-27).
Una de las principales preocupaciones del general Miaja fue la fortificación de la capital, tarea en la que ya se encontraban trabajando miles de voluntarios impulsados por el PCE. Tras la constitución de la Junta de Defensa tal tarea pasaría a ser dirigida por una Comisión de Fortificaciones, dependiente de la consejería de Milicias, al mando del coronel de Ingenieros Tomás Ardid Rey, auxiliado por el ingeniero industrial Fe­derico Molero. “Toda la línea del frente acabaría siendo, más que una línea, una zona, una faja de anchura varia, donde trincheras, nidos, refugios y ca­minos dibujaban en el suelo madrileño casi un verdadero laberin­to” (MARTÍNEZ, J. M., 1984, 34). De­ntro de la ciudad se alzaría otra línea o segundo cinturón, para que, en el caso de quedar roto el primero, se encontrase el invasor con una segunda obra, infranqueable dentro del dédalo de calles y edificios. Las fortificaciones comen­zaban en la barriada de Peña Grande, pasando luego al Asilo de La paloma, Dehesa de la Villa, canalillo o “acueducto” de Amaniel, y Estadio Metropolita­no. Luego la protección continuaba hacia el sur. Tras frenar el primer ataque las obras defensivas continuaron, multiplicándose las líneas protectoras: en enero de 1937 algunos sectores llegaron a contar con una “quinta línea”. [2]
Desde muy pronto se instaló en La Paloma una doble batería que podía inter­cambiar fuego con la situada por los rebeldes en el Cerro de Garabitas. Conta­ban con una línea de tren dedicada a su aprovisionamiento y un parapeto. Se colocaron además una batería en la cima del Cerro de los Locos, otra de arti­llería o mortero en el promontorio de la Curva de la Muerte y una más al final del Paseo del Canalillo, sobre una pequeña elevación del terreno.
El día siete, las tropas franquistas avanzaron decididamente por Carabanchel y Campamento, pero esta vez los milicianos no salieron huyendo; continuaron cavando sus trincheras y construyendo barricadas en las calles de las zonas amenazadas. Tampoco los intentos de penetración por la Casa de Campo tu­vieron éxito, logrando aguantar las milicias, al mando de Galán, Barceló y Es­cobar, la primera embestida. Una inesperada reacción se había producido en­tre los madrileños.
A las 7 de la tarde Miaja presidió la constitución de la Junta de Defensa de Madrid, cuyos vocales pertenecían a todos los partidos y sindicatos. Durante los once primeros días, la Junta se reunió a diario. Aquel mismo día, el hallaz­go fortuito en un tanque enemigo del plan de ataque de los asaltantes permitió reorganizar todo el dispositivo de defensa, que formaba un arco desde Valle­cas, por todo el Sur y Oeste, hasta el Puente de los Franceses. En la mediano­che, Rojo preparaba también su orden. El teniente coronel Barceló debía ata­car con su columna de flanco desde las Rozas a la Casa de Campo y, Líster, por Villaverde. Las otras fuerzas debían mantener tenazmente sus posiciones.

Junta de Defensa de Madrid

Al amanecer del día 8, las fuerza del general Varela y Yagüe se lanzaron al ataque: la columna de Asensio por la Casa de Campo, así como la de Caste­jón y la de Delgado Serrano, mientras que Tella y Barrón presionaban, como movimiento de diversión, en dirección a los puentes de Toledo y Segovia. Las fuerzas mandadas por Galán y Barceló contraatacaban desde Húmera a la Casa de Campo; los asaltantes avanzaban con demasiada lentitud hacia el lago de la Casa de Campo, mientras que en la carretera de Extremadura eran detenidos por las fuerzas de Escobar. El bombardeo aéreo de la capital conti­nuaba sin cesar, pero los objetivos de Varela habían fracasado: lo único que consiguieron sus columnas fue penetrar débilmente en la Casa de Campo.

Ante la desesperada situación, aquel mismo día Rojo pidió a Pozas las Briga­das Internacionales porque carecía de tropas de choque. “La cuestión se re­trasó porque dependía de Largo Caballero. Cuando finalmente llegó la orden, aunque miles de voluntarios se preparaban en la base de Albacete, sólo esta­ban organizados los batallones Edgar André, Commune de París y Dombrow­ki”. Con ellos se formó la XI Brigada Internacional, al mando de Lazar Stern "General Kleber", con el comisario De Vittorio <Nicoletti>, que partió en tren hacia Madrid. Llegaron el 10 por la mañana, desfilaron por la Gran Vía y mar­charon inmediatamente a las trincheras de primera línea. “No sumaban ni 2.000 hombres, sin embargo produjeron en los madrileños la sensación de que no luchaban solos y ofrecieron el ejemplo de una fuerza de izquierdas bien organizada militarmente”. Este día, las columnas de Galán y Enciso, más los batallones internacionales contraatacaban en la Casa de Campo, y Líster en Villaverde.

Rojo pidió fuerzas internacionales y la XII partió de Albacete, al mando de Ma­tei Zalka "General Luckacs", con Luigi Longo "Luigi Gallo" como comisario. “Sólo tenía organizado el batallón Garibaldi y 7 compañías sueltas, menos de  2.000 hombres, luego se organizarán los batallones Franco-Belga y Thael­mann, alemán. Rojo ordenó atacar el flanco izquierdo enemigo, en Perales de Tajuña”.

 


Desde el día 10, la batalla se centró varios días en la posesión del cerro Gara­bitas, una loma que dominaba la llanura y era un observatorio y posición artille­ra privilegiados. Tras sangrientos combates fue conquistado por los regulares. “Progresivamente entraron en línea las columnas republicanas de Sabio, Arellano, Martínez de Aragón, Cipriano Mera, Perea y Cavada, mientras el coman­dante Zamarro coordinaba la artillería”.

Con el objetivo de desmoralizar a la población, a partir del día 11 Franco con­tuvo los ataques e insistió en los bombardeos aéreos. La artillería se instaló en Garabitas, uniéndose a la acción demoledora, “con la orden expresa de no bombardear el barrio de Salamanca, cuya población se suponía de dere­chas” (CARDONA, G., 2006, 98-99).

Con la llegada de las Brigadas In­ternacionales, González Bastante fue enviado como responsable de un destacamento al Colegio de Huérfanos Ferroviarios, con la mi­sión de instalar al Batallón Franco-Belga en el frente de la Moncloa y la Ciudad Universitaria. En el des­pacho del que había sido director del colegio instaló el Estado Mayor del Bata­llón, aconsejando al coronel Dumont sobre el lugar más idóneo para emplazar las piezas de artillería. Una de ellas detrás de lo que había sido la enfermería del colegio.

Otra de sus tareas fue enseñar a los “dinamiteros” la red de túneles y alcantari­llas existentes en la zona, entre otros al capitán Flores quien se apoyaría en aquella red para las voladuras que llevaría a cabo en el Hospital Clínico, en poder de los franquistas. El conocimiento que González Basante tenía del sub-suelo venía de años atrás, de sus juegos infantiles: “una pandilla se metía por la Casa Gorriz y la otra se metía por una boca que se llamaba Cantarranas”.

El 13 de noviembre llegó a Madrid la columna Durruti, con 3.000 anarcosindi­calistas procedentes del frente de Aragón.[3] Serán precisamente en el Colegio de Huérfanos Ferroviarios donde González Bastante conoció al líder anarquis­ta, cuyas fuerzas se encontraban instaladas cerca de aquel lugar. González le llevó a la terraza del Colegio, aprovechando Durruti las vistas para reconocer con sus prismáticos todo el sector de la Universitaria, donde encontraría la muerte el 19 de noviembre de 1936.

 

Dada su cercanía al frente, pronto empezaron a llegar al Colegio los primeros heridos. Consciente de la situación, González Basante puso a disposición de la sanidad militar la clínica del colegio a fin de que los heridos pudieran ser atendidos. Lo mismo hizo con los colchones, entregándoles a la intendencia para que fuesen utilizados por quienes más los necesitasen. Al acabar la gue­rra los franquistas “le pasarían cuentas”, haciéndole responsable de la desapa­rición de los colchones y del instrumental médico, así como de los destrozos que la artillería franquista había cometido en el edificio.

El 15 de noviembre los sublevados se lanzaron a una nueva ofensiva, utilizan­do tropas frescas sacadas del frente del Guadarrama. Concentraron su fuerza en la Casa de Campo con el propósito de forzar el Manzanares y ocupar el barrio de Argüelles. El ataque fue rechazado tres veces consecutivas por las fuerzas populares, mientras otras unidades leales contraatacaban en dirección al Cerro Garabitas y al Hipódromo de la Casa de Campo. Al finalizar la jorna­da, los Regulares, apoyadas por 20 carros de combate y 12 bombarderos, ata­caron en la zona del puente de los Franceses. Los republicanos lograron con­tenerlos; sin embargo, una unidad marroquí pasó a la otra orilla por fuera del puente y atacó donde estaba la columna Durruti, que retrocedió.

Al anochecer la columna anarquista y los internacionales atacaron varios edifi­cios en la Ciudad Universitaria. “Ésta se encontraba repartida entre los dos bandos, que luchaban disputándose los edificios”. Coordinadas por el coronel Alzugaray, algunas columnas republicanas estaban mandadas por militares profesionales y otras por mandos de milicias.

El 17 de noviembre, la infantería rebelde fracasó en un asalto decisivo apoyán­dose en la pequeña posición lograda en la Casa de Campo, al otro lado del Manzanares; en la Ciudad Universitaria no lograron sobrepasar el Hospital Clínico. Al día siguiente, entró en fuego la XII Brigada Internacional, quedando las dos brigadas del frente de Madrid a las órdenes de Kleber, haciéndose car­go de la XI Brigada Hans Kahle. El asalto a Madrid se convertía en una batalla de desgaste.

 

El 23 de noviembre, Franco ordenó suspender los asaltos. Al día siguiente, los republicanos atacaron en Pinto sin que sus enemigos contraatacaran. Por pri­mera vez, desde que salieron de Sevilla, las tropas de África habían fallado ante un objetivo. Incluso su posición en la Casa de Campo era muy difícil. Cuando intentaron una rectificación del frente, el fuego republicano les obligó a regresar a sus trincheras.

El 29 de noviembre, los nacionales intentaron una segunda fase de ataques que perduró hasta los primeros días de diciembre. Fue un forcejeo muy san­griento, donde quedaron atascados ante el fuego que recibían de las fortifica­ciones y las ventanas de los edificios. Los soldados de Marruecos, acostum­brados a combatir en campo abierto, perdían su ventaja ante las fortificacio­nes.

Fracasado el ataque frontal a Madrid, la estrategia militar de Franco se centró en el intento de rendirla, aislándola del resto del territorio republicano. Y ello dio lugar a grandes batallas de envolvimiento que alcanzaron hasta el mes de marzo de 1937. La primera se produjo en torno a Boadilla, Villanueva de la Cañada, Villaviciosa de Odón, con el objetivo de cortar la carretera general de La Coruña. El 6 de enero de 1937 los atacantes consiguieron ese objetivo a unos trece kilómetros de Madrid, cayendo Pozuelo y Húmera y después Arava­ca. La batalla acabó con un desgaste terrible de ambos contendientes, con miles de bajas. La carretera quedó cortada pero las comunicaciones con la sierra quedaban aseguradas por muchas rutas secundarias.

La segunda fue la llamada batalla del Jarama que puede considerarse como la primera gran batalla moderna de la guerra y la más internacional por el número e índole de los combatientes, la presencia de extranjeros y la cantidad y mo­dernidad del armamento, incluida la aviación. El objetivo ahora de las fuerzas sublevadas atacantes fue el corte de las comunicaciones de Madrid con Valen­cia. La batalla comenzó el 4 de febrero y aunque los sublevados consiguieron cruzar el Jarama no alcanzaron lo que era su objetivo final.

 

El tercer intento fue el que adquirió más renombre de los tres debido a la de­rrota sufrida por las fuerzas italianas que ayudaban a Franco: el Corpo di Trup­pe Volotarie (CTV). El 8 de marzo de 1937, las fuerzas italianas –unos 60.000 hombres- al mando del general Roatta se lanzaron sobre las posiciones repu­blicanas al norte de Guadalajara, con el propósito de romper el frente y llegar hasta Madrid. Las fuerzas gubernamentales, con las XI y XII Brigadas Interna­cionales y buen apoyo de la aviación y de carros, reaccionó haciéndoles frente entre Brihuega y Torija. Los días 13 y 14 los italianos se entregaban en masa, y en los días posteriores muchos huyeron abandonando armas y pertrechos. El 21 terminaba la batalla de Guadalajara y con ella los combates que tenían como objetivo inmediato la ocupación o el cerco de la capital.

A partir de abril el centro de gravedad de la contienda, hasta ese momento establecido en torno a Madrid, se desplazó al Norte, escenario principal de la guerra civil durante este mes. Para evitar que Mola pudiera actuar con tranquilidad en el frente Norte, Miaja y Rojo decidieron atacar el cerro Garabitas y el cerro del Águila, en la Casa de Campos. Con esta maniobra se pretendía aislar la cuña enemiga establecida dentro de la Ciudad Universitaria y terminar con el bombardeo artillero al que se veía sometida la capital desde Garabitas.

En la noche del 8 al 9 de abril, las tropas republicanas, al mando de Líster, Galán y Martínez de Aragón comenzaban el asalto a las posiciones franquistas en la Casa de Campo, abriéndose paso a partir del sector del Lago y de las posiciones de Puerta de Hierro. Los soldados republicanos lograron llegar hasta veinticinco o treinta metros de la cima, regresando a las posiciones de partida, el día 13, al comprender que era imposible progresar más. 
BIBLIOGRAFÍA

ARÓSTEGUI, Julio: Por qué el 18 de julio... Y después. Barcelona, Flor del Viento, 2006.
ASENJO, Mariano y RAMOS, Victoria: Malagón. Autobiografia de un falsifica­dor. Barcelona, El Viejo Topo, 1999.
BLANCO RODRÍGUEZ, Juan Andrés: El Quinto Regimiento en la política militar del P.C.E. en la Guerra Civil. Madrid, UNED, 1993.
CARDONA, Gabriel: Historia militar de una guerra civil. Barcelona, Flor del Viento, 2006.
FERNÁNDEZ, José Ignacio, GARROTE, Jorge y SÁNCHEZ, José María: Ruta “La Dehesa de la Villa”, a las puertas del frente. Madrid, GEFREMA, 2006.
IBARRURI, Dolores y otros: Guerra y Revolución en España. 4 tomos. Mos­cú, Editorial Progreso, 1966.
JUAN BORROY, Víctor M.: “María Sánchez Arbós. Una maestra aragonesa en la edad de oro de la pedagogía”. En Rolde. Revista de Cultura Aragonesa, Nº 89, octubre-noviembre 1999, pp. 12-21
MARTÍNEZ BANDE, José Manuel: La lucha en torno a Madrid. Madrid, Servi­cio Histórico Militar, Editorial San Martín, 1984.
MUÑÓN, Enriqueta: Entrevista a Manuel González Bastante. México, Funda­ción Pablo Iglesias, 1987-1988. 
ROJO, Vicente: Así fue la defensa de Madrid. Madrid, Asociación de Libreros de Lance, 2006.
TUÑÓN DE LARA, Manuel: La España del siglo XX. París, Librería Española, 1973.
TUÑÓN DE LARA, Manuel: “Historia Contemporánea”. En VV.AA.: Historia de España. Valladolid, Ámbito, 1999, pp. 391-636.
VÁZQUEZ, Matilde y VALERO, Javier: La guerra civil en Madrid. Madrid, TEBAS, 1978
ZUGAZAGOITIA, Julián: Guerra y vicisitudes de los españoles. Barcelona, Tusquets Editores, 2001.








[1] El mensaje dirigido al general Miaja decía:
El Gobierno ha resuelto, para poder continuar cumpliendo su primordial cometido de defensa de la causa republicana, trasladarse fuera de Madrid, y encarga a vuecencia de la defensa de la capital a toda costa. A fin de que le auxilien en tan trascendental cometido, aparte de los organismos administrativos, que continuarán actuando como hasta ahora, se constituye en Madrid una Junta de Defensa de Madrid, con representaciones de todos los partidos políticos que forman parte del Gobierno, en la misma proporción que en éste tienen dichos partidos; Junta cuya presidencia ostenta vuecencia.
Esta Junta tendrá facultades delegadas del Gobierno para la coordinación de todos los medios necesarios para la defensa de Madrid, que deberá ser llevada al límite, y en caso de que, a pesar de todos los esfuerzos, haya de abandonarse la capital, ese organismo quedará encargado de salvar todo el material y elementos de guerra, así como todo cuanto considere de primordial interés para el enemigo. En tal caso, las fuerzas deberán replegarse en dirección a Cuenca, para establecer una línea defensiva en el lugar que le indique el general jefe del Ejército del Centro, con el cual estará siempre vuecencia en contacto y coordinación para los movimientos militares, y del que recibirá órdenes para la defensa y el material de guerra y abastecimiento que se le puede enviar.
El cuartel general y la Junta de Defensa de Madrid se establecerá en el Ministerio de la Guerra, actuando como Estado Mayor de este organismo el del ministro de la Guerra, excepto aquellos elementos que el Gobierno juzgue indispensables llevarse consigo.” VÁZQUEZ, Matilde y valero, Javier: La guerra civil en Madrid. Madrid, TEBAS, 1978, pág. 201
[2] El Coronel de Artillería, José Manuel Martínez Bande, en su libro La lucha en torno a Madrid incluye un documento elaborado por la Comisión de Fortificaciones de la Comisaría de Guerra de la Junta de Defensa de Madrid titulado Las fortificaciones de Madrid el 22 de noviembre de 1936 del que reproducimos la parte correspondiente a la Dehesa de la Villa:
“Descripción general de la obra de fortificación en el frente Oeste de Madrid el día veintidós de noviembre de 1936.
                Se va describir el frente Oeste de Madrid en su línea defensiva, es decir, en la formada en la margen izquierda del río Manzanares y sus puntos de apoyo y defensas especiales de puntos singulares.
                Se inicia en un sistema de trincheras en la parte de Peña Grande, batiendo la cañada por donde va la línea de tranvía: estas trincheras se completarán con un aspillerado de muro de cerramiento del Asilo, con sus puestos avanzados correspondientes. El bosque alto de la Dehesa de la Villa se ha alambrado, estableciendo en su interior pequeñas trincheras, que baten los posibles accesos a esta alambrada periférica. Las dos cañadas cortafuegos a izquierda y derecha de la carretera que baja de Puerta de Hierro se han cortado con defensas antitanques completas, incluso trincheras flanqueándolas. Esta alambrada se va a unir con el canalillo, que se ha reforzado poniéndole alguna trinchera avanzada en los puntos en que el mismo no puede utilizarse como tal. El canalillo tiene alambrada propia en sus dos márgenes. Se enlaza con una trinchera con refugios y caminos de evacuación y municionamiento que contornea la meseta en que está construido el Colegio de Huérfanos de los Ferroviarios. Esta trinchera tiene como defensa previa las dos alambradas que limitan el canalillo y éste. La meseta en que está la Quinta de los Pinos también está atrincherada y los dos flancos de la vaguada que conduce al acueducto de Amaniel, del Canal de Lozoya. El edificio muy importante, cuyo nombre se desconoce, que está ante esta meseta de la Quinta de los Pinos se ha unido con una trinchera hasta enfrente del cerramiento del Estadio Metropolitano; todos los cerramientos de las fincas a retaguardia de esta trinchera se han aspillerado y completado con trozos de trinchera. Todas las calles a retaguardia de esta zona están cerradas con parapetos [...]”. Martínez, J. M.: La lucha..., 1984, pp. 259-260
[3] Fueron destinados a la zona del Puente de los franceses, entre la Ciudad Universitaria y la Casa de Campo.

1 comentario:

  1. Gracias por artículo. Os hago unas preguntas sobre un testimonio que afirma: charlando con un hijo de un enlace que vivió cerca de Ofelia Nieto, en su infancia en la postguerra, me comentó la existencia de un refugio en la acera de los pares en la calle Marqués de Viana hacia dos terceras partes de su longitud lo que supone que estaría cerca del cruce con la calle Ruiz Palacios.
    También me comentó la existencia de dos fortines cercanos al conocido como Canalillo pero en la zona de la colonia de Hotelitos donde está la calle Aviador Franco.
    Y comentó que había una instalación auxiliar para la artillería, en la zona de la Curva de la carretera de la Dehesa de la Villa. Podría tratarse de un observatorio artillero.
    Teneis alguna referencia de estos elementos en la zona. Atte.

    ResponderEliminar